¿Te has puesto a pensar que en los meses que llevamos trabajando remotamente, pareciera que la exigencia predominante en nuestro(s) centro(s) de trabajo es disponibilidad 24/7?
¿A qué nos orilla la sensación de inmediatez ante las demandas de nuestros distintos clientes (internos y externos) que nos exigen respuestas al instante, atención, soluciones y compromiso de tiempo completo?
La tendencia a ser “omnipresentes” en el trabajo viene de tiempo atrás, no es un efecto de la pandemia en sí mismo, pero sí es una condición que se ha exacerbado en este período de transformación que hemos vivido tras la llegada de la primer pandemia global de nuestra era.
La ausencia de contacto presencial ha modificado nuestra forma de comunicarnos, de negociar, de presentar nuestros entregables y de rendir cuentas ante jefes, socios, clientes y proveedores. La pregunta es, ¿a qué costo está sucediendo esto? ¿Qué estamos sacrificando en el proceso?
Si alguna vez has sentido el agobio de tener una propuesta comercial (u otro documento relevante en tu trabajo) sin poder terminar, mientras entran llamadas cada 3 minutos, tu bandeja de correo electrónica con más de 10 mensajes sin leer, y constantes notificaciones de chat en tu móvil; y la sensación de no tener ningún tipo de control sobre todo ello, sumado a la angustia de no saber por dónde comenzar (o continuar…), sin duda estás experimentando los embates de la omnipresencia digital.
Es curioso, pero en un momento tan crítico como el que te acabo de describir, pareciera que todo es urgente e importante; que nada puede esperar, que deberías estar dando respuesta a todos al instante. Y lo más irrisorio de todo esto es, que NO necesariamente debemos dar respuesta a todos en el momento. Existen las prioridades. Y está en ti identificarlas y organizarlas de acuerdo a lo que realmente representa valor en tus contribuciones laborales.
Las comunicaciones del siglo XXI son cada día más demandantes. ¿Por qué? Porque cada vez tenemos más dispositivos, apps y herramientas tecnológicas para estar completamente conectados con el resto del globo terráqueo de polo a polo. Pero eso no quiere decir que tenemos que aceptar un estilo de vida que nos conecta con los demás pero nos desconecta de nosotros mismos.
La clave para no sucumbir ante la omnipresencia digital, que, de no ponerte reglas derivará en su respectivo burnout –también conocido como el “síndrome del quemado”, que es cuando tu capacidad de concentración y de responder efectivamente es rebasada y, literalmente, “truenas”– es adueñarte de tu tiempo y de la forma en que lo inviertes, conscientemente.
Haz conciencia de los siguientes puntos y, probablemente podrás mejorar tu calidad de vida, pese a las exigencias de la época:
- ¿Tienes un horario laboral? Respétalo. ¿No lo tienes? Establécelo.
- Asigna horarios específicos para responder correos, mensajes y llamadas, y ajústate a ellos.
- Agenda tu día laboral al menos una noche antes. Así tendrás claro qué es lo verdaderamente importante para tu jornada.
- Ligado al punto anterior, ¿hay algo que no está en la agenda? No se hace. Punto.
- Disminuye tu consumo de chismes y distracciones en redes sociales. ¡No los necesitas! Déjalos para cuando no tengas cosas importantes qué hacer.
- Acostumbra a todos con quienes interactúas que no estás disponible todo el tiempo. E infórmales cuándo sí pueden buscarte. Agenda tus encuentros con ellos.
- En todo trabajo hay urgencias. Usa tu criterio y evalúa cuándo es relevante hacer espacio para atender una de ellas. Pero que no se vuelva una constante.
Armoniza tu vida profesional. Asume que nadie lo puede hacer por ti. No es tarea de tu jefe ni de tus clientes. Y sobre todo, recuerda que las herramientas digitales están para servirte a ti, no para que se vuelvan una camisa de fuerzas en tu vida.

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