¿A dónde se fue mi confianza? ¿Cómo puedo sobreponerme al fracaso? ¿Quién me puede ayudar a recuperar mi tranquilidad y sensación de plenitud con respecto a mis resultados?
Sin duda estas son algunas de las preguntas que se presentarán en algún momento de tu vida, sobre todo si ya rebasas los 30… No es que sea un tema de la edad, sino que vienen con un cambio en nuestra percepción y auto-imagen. Cambio que se deriva de la llegada de una etapa en la que ya nuestras decisiones no son tan reversibles, donde empezamos a tratarlas “con pincitas” porque la sensación de pisar la orilla de un abismo si elegimos mal o si las cosas no salen como pensábamos, las consecuencias podrían ser devastadoras (en nuestra mente, la mayoría de las veces).
Y es que conforme cumplimos más edad y avanzamos en nuestra vida, vamos acumulando más y más compromisos. Para algunos son cónyuge, hijos y dependientes económicos. Para otros son la hipoteca de la casa, la mensualidad del auto y los gastos fijos. En algunos casos son las inversiones, los negocios y los fideicomisos. Todos los anteriores son importantes. Son compromisos que forman parte de nuestra educación, y lo que resulta normal en la vida de cualquiera. Pero no dejan de ser cargas que a veces no evaluamos antes de echarlas sobre nuestra espalda.
A la par vamos acumulando experiencias. Algunas de ellas muy satisfactorias. Otras son difíciles, que nos marcan, que nos dejan cicatrices. Y entre más grandes nos hacemos muchas de ellas pueden volverse insuperables. Te menciono algunas de las más frecuentes:
- La pérdida de familiares y seres amados.
- Un revés económico derivado de una crisis personal.
- La defraudación por parte de alguien en quien se confiaba.
- Fracasos costosos, dolorosos y muchas veces irreparables.
- Rupturas difíciles, con consecuencias catastróficas.

Estas experiencias difíciles generalmente operan en dos vías: o nos impulsan a evolucionar, o nos merman la confianza. O nos hacemos mejores personas, o nos retraemos y nos aseguramos de hacer todo para evitar que “eso” que nos pasó nunca vuelva a suceder, aunque esto último es completamente imposible.
Cuando nos resistimos a aceptar la realidad como es, desarrollamos fobias, miedos irracionales, angustias y ansiedades. Nos cerramos a nuevas posibilidades, y construimos nuestra vida únicamente en torno a impedir que aquello que fue tan doloroso para nosotros no vuelva a suceder jamás. No permitimos que la información nueva actualice nuestro mindset, y mucho menos estaremos dispuestos a cambiar nuestro proceso de toma de decisiones.
Y todo esto proviene de la falta de confianza en nosotros mismos. Como en todo, la confianza debe nacer internamente. Tan simple como esto: para amar a los demás, primero debes amarte tú; para respetar a los demás, primero debes respetarte a ti; para confiar en los demás, primero debes confiar en ti.
La confianza no es algo espontáneo que surge de repente y se siente así nada más. La confianza es una balanceada combinación de fe (creencia sin fundamento quizá) + información del entorno. Por esto que te acabo de decir, sí, la confianza requiere datos, mismos que se van actualizando conforme vamos caminando en la vida. Sin embargo, cuando no queremos ver esos datos o nos da miedo ir por información, quizá el primer paso es echar mano de una buena dosis de fe ciega, de la creencia de que todo puede estar bien aunque aún no podamos sustentarlo. Y si, gracias a esa fe podemos empezar a dar nuestros primeros pasos hacia los datos, ¡qué maravilla! porque entonces ahora sí tendremos los dos ingredientes de la confianza (fe + información) que se irán incrementando y realimentando uno al otro.
Si por alguna de las razones listadas algunos párrafos arriba has perdido la confianza en ti, usa la fe. Da el primer paso creyendo que todo puede estar bien, y después acciona. Somos la única especie en el mundo que tiene ese recurso.

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