Esta frase me la dijo un amigo hace no mucho tiempo… En uno de mis artículos anteriores te hablaba de cómo el exceso de disponibilidad, sumada a la sensación de querer contestar y resolver a todos inmediatamente, sin excepción deriva en el síndrome de burnout. En algún punto, tu sistema completo (físico, mental e incluso emocional) puede colapsar si no te tomas las cosas con un poco de más calma.
Es todo un reto vivir en el mundo moderno. No sé de qué generación seas tú, pero al menos a mí me tocó disfrutar de una época más tranquila, donde hacer llamadas era placentero porque era escaso. Tenía que aprovechar que el teléfono de la casa familiar estuviera libre para poder usarlo, muchas veces para llamar a algún amigo de clases y no encontrarlo en casa. Me tocó recibir y enviar correspondencia por correo tradicional. Era un triunfo que mi carta (enviada 1 mes antes) llegara a algún familiar en otro país, y no se perdiera en los traslados, como muy frecuentemente ocurría.
Hoy caminamos de prisa, disfrutando las ventajas de la vida moderna. No escatimamos en mensajes de Whastapp porque no los cobran a granel. Podemos pasar de una video-conferencia a una llamada telefónica en una fracción de segundo, y mantener conversaciones multi-plataforma desde que amanece hasta que cerramos los ojos por la noche.
Derivado de todo esto, se espera mucho más de nosotros, no importando a qué te dediques o cual sea tu profesión, seguramente hoy procesas 5 veces más información de lo que hacía algún equivalente tuyo hace 25 años. Se podría decir que, con las herramientas tecnológicas de la época, contribuimos lo equivalente al trabajo de por lo menos 3 personas de hace dos décadas. Y la tendencia seguirá… Aquí la inquietud es, ¿qué vamos dejando en el camino?
La tecnología es maravillosa, pero su consumo puede resultar muy engañoso, porque hablando de disponibilidad 24/7 y conectividad perpetua, no nos damos cuenta cómo cada día se van disminuyendo:
- Los tiempos para conversaciones cara a cara.
- Los espacios con la mente en blanco. Estado de contemplación pura.
- Las lecturas por placer, por nutrición espiritual.
- Los momentos para hábitos saludables al aire libre.
- La introspección y los diálogos internos.
Ignoramos cómo nuestro cerebro se agota día con día porque no le damos tregua, lo mantenemos procesando información todo el tiempo sin darle vacaciones. Con tantas herramientas hoy en día, no nos damos cuenta que las usamos desde que abrimos los ojos hasta que nos vamos a dormir.
A mi me encantaría, por pura curiosidad, descubrir con cuántas personas interactúo un día normal en mi vida. Con cuántas personas me comunico, desde a nivel presencial, como a través de dispositivos electrónicos, y cuantificar los datos que estoy intercambiando en esas comunicaciones durante mis horas de vigilia.
Lo que sí es un hecho, es que desde hace algún tiempo comprendí que por más que te esfuerces por terminar todos tus pendientes, por más que trates de avanzar en todos tus proyectos por igual, siempre habrá algo más por hacer. Ahora recuerdo cuando era estudiante, y me quedaba en el campus haciendo tareas hasta el anochecer, mis amigos me decían “relájate y ya vete a casa, de todas formas el trabajo nunca se va a acabar”. Lo que nunca me dijeron -y esto lo he ido descubriendo con el paso de los años- que lo que se acaba sí es la pila interna, la salud y la energía.
Así que si llegaste leyendo hasta aquí, te invito a que te tomes tu vida con más calma, que la disfrutes. Parte de ser joven es querer comerse el mundo en un bocado, pero, ¿qué tal si mejor lo vas saboreando poco a poco? Para que el envase en el que vienes a este mundo (tu cuerpo) te dure en buen estado tanto como se pueda.

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